Las cosas claras y el chocolate espeso

La emancipación de la mujer viene dada por la necesidad de librarse de las cadenas que la sujetan. Unas cadenas que, por mucho que cambiemos por un material flexible, siguen estando ahí. Sujetándonos.
Esa liberación, ese empoderamiento es totalmente nuestro. Viene de nuestra mano cambiar nuestra situación pues solo nosotras somos conocedoras de nuestro sufrimiento, de nuestra opresión.  Por ello nace el movimiento denominado feminismo.
Los objetivos del feminismo han ido variando a lo largo de la historia en relación a los acontecimientos de la época y su situación social y, a lo ancho del planeta. Sin embargo todos tienen en común el mismo punto que se alza como objetivo principal del movimiento: la liberación de la mujer.
Si bien es cierto que muchos críticos del feminismo (mayoritariamente hombres) tachan a este de ‘hembrista’ también lo es que las feministas nos cansamos de explicar una y otra vez porqué los hombres no están incluidos en esta lucha. Y es tan difícil en un mundo donde la perspectiva masculina lo engloba todo hacerles ver que, por una vez, ellos no son el centro de atención, que llegan a pensar que nuestros objetivos son los de acabar con el género masculino. Intentan desacreditarnos con etiquetas como “feminazi”.  Es más, muchas veces sacarán de contexto nuestros discursos o incluirán nuestras opiniones personales en un global argumento antifeminista cuyo único fin es conservar su posición privilegiada en la sociedad.
Cualquier persona que haya sentido curiosidad por esta lucha comenzará a ver las realidades que se niegan a analizar las que lo critican sin pudor, sin argumentos sólidos que muchas veces se contradicen, tan sólo basándose en tópicos y sin profundizar en la problemática que a nosotras nos conviene resolver.
Una vez que inicias el proceso de deconstrución y te colocas firmemente las gafas moradas no puedes olvidar ni un segundo la realidad en la que vives: Las mujeres son un mero objeto sexual a disposición del hombre. Así entendemos que las preocupaciones principales de una chica de cualquier edad sean: estar bien depilada cuando se ponga una falda, disimular la celulitis si la tiene, el rostro limpio de impurezas, ser atrevida pero no una fresca, etc. Todo en nosotras debe ser lo más perfecto posible para gustarles a los chicos.  Y es que no paran de repetírnoslo, de bombardearnos con nuestras imposiciones, tanto físicas como psíquicas. Debemos cumplir unas normas.

En los acontecimientos pasados solemos observar con más frialdad las acciones que otros hicieron para así poder criticarlas, algo que nos dificulta reconocer nuestros errores como personas en el presente y hacer que nos equivoquemos (en bucle). La delgada línea que separa nuestros objetivos individuales de los objetivos ajenos se estrecha y difumina cuanto más atrás echamos la vista. En el feminismo es muy representativo hacerlo, las mujeres hemos avanzado en nuestra lucha. Es innegable. Múltiples victorias nos hacen creer a veces que la batalla está ganada.  Los logros más importantes de la revolución feminista occidental fueron:  el sufragio universal de voto, la legalización del aborto, y la ley del divorcio. Y a pesar de que son avances notables surge la necesidad de atacar al problema desde la raíz, pues las bases de la problemática siguen presentes en múltiples formas. Desde el micromachísmo más sutil hasta las cerca de 100 muertes registradas por violencia de género que llevamos este 2016 en España. Y es también desde aquí, desde la península, en donde remoloneamos y aplazamos la revolución de las mujeres. Es desde aquí, desde España, donde la problemática que sufren estas mismas en otros lugares del mundo nos suena lejana y por lo tanto ajena, como si no fuese con nosotras. Y es desde esta sociedad que nos quiere calladitas y conformes con lo que tenemos, donde fracturamos nuestros enlaces, donde la sororidad empieza a limitarse a nuestras amistades y donde quebramos la lucha.
Por eso pedimos más análisis, más autocrítica, acción, revolución y liberación. 

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